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Carta de una joven sobre el veraneo en San Sebastián

El Urumea – 1879-10-06

Somos indiscretos; lo reconocemos. Por casuales circunstancias ha llegado la siguiente carta a nuestras manos. Sírvanos de justificación, al traerla a nuestro periódico, el natural deseo de dar publicidad a las observaciones de una polla, observaciones que como es de suponer, no puede, para nosotros, ser desacertadas.

Dicha carta, pues, dice así:

San Sebastián 1º octubre de 1879.

Srta. D. Matilde Sajurjo de Arellano.

Mi querida Matilde: Te lo prometí y es preciso. Cuando nos separamos contrajimos el compromiso de escribirnos y hoy empiezo a pagarte aquella deuda. Espero que tú tampoco echarás en saco roto el ofrecimiento.

Pero es el caso, amiga mía, que no sé cómo empezar. Cuando pasábamos juntas los hermosos días de verano hubiera podido hablar de mil cosas, hoy no puedo contarte nada que te interese y mucho menos a ti que vives en Madrid precisamente en la estación en que la corte tiene mayores atractivos. Las reuniones y soirees empiezan, los salones se abren, los espectáculos comienzan, todo es para la alegre fiesta que no se interrumpe hasta que comienzan los calores. ¡Ay amiga mía, que dichosa eres!

¡Pero nosotras! Tu no sabes, tu no puedes figurarte el cambio horrible que sufren nuestras costumbres en cuanto concluye la música y comienza el otoño. El invierno es un castigo, una espantosa reclusión a la que se nos condena en pena, sin duda por lo mucho que nos divertimos en verano. Encerradas en nuestra casa hasta el domingo, todas incurrimos por precisión en el calificativo de domingueras. Todas seríamos “cursis” para vosotras. Si alguna tiene el valor heroico de permitirse salir en días de labor, encuentra por único paseo la acera izquierda del camino de Miracruz, a donde llega silenciosa sin encontrar más que a tres o cuatro familias conocidas. En vano protestamos de tan ridícula manía, porque nuestros lamentos no hallan eco, y la reclamación de seis días, cortos si quieres, pero de otras seis enormes noches, es forzosa e insufrible.

Y no es que en San Sebastián falte gente para animar un paseo, sino que la tristeza u la desanimación nos son impuestas porque queremos. Cuando la música tocaba en el Boulevard a últimos de septiembre ya os habíais marchado, no quedaba en el pueblo más gente que la del pueblo mismo, y el paseo sin embargo estaba concurrido.

Esto de día: pero ¿y de noche? Me preguntarás sin duda. No puede haber compañía en el teatro porque a la gente le da por no ir a él. Y no es que disguste ir al Teatro, espectáculo de que yo y todas mis paisanas somos muy aficionadas. Es que a los papás cuesta mucho ir a la contaduría del teatro y depositar allí el precio del abono. Es que el abonarse es para algunos papás sacrificio horrendo del cual necesita meditarse casi tanto como sobre nuestro porvenir. Y de estos papás, amiga mía, hay muchos en San Sebastián.

Y si no lo crees tienes una prueba que supongo te dejará completamente convencida. Cuando los jóvenes militares que se hallaban aquí de guarnición hace dos o tres años dieron a la sazón dos o tres funciones estuvo lleno el teatro, tan llenito que… o siéndoles a los actores posible distribuir los palcos de que aquél se compone a todas las familias que se prestaban a concurrir, metían a tres y cuatro de ellas en cada palco. Se veían allí gentes que yo nunca había visto en el teatro. La explicación es sencilla. Las invitaciones eran galantes, y la función de balde.

Muchas y pequeñas tertulias en donde se juega a la quina u otros inocentes juegos son fomentadas por las sapientísimas mamás, que en este punto favorecen los económicos fines de sus maridos, esto es, el de tener un pretexto para no abonarse.

¿Quieres decirme, pues, en que nos diferenciamos de los “erri-chiquis” o aldea? Salvo vivir en una población más hermosa, en nada.

Así no es extraño compitan en buena sociedad con nosotras las pollas de los pueblos de la provincia, porque nada existe que nos engrandezca al distinga sobre ella. Tienen, lo mismo que nosotros, sus tertulias, con la diferencia de que las suyas son más amplias, más públicas, más concurridas. Es decir, que asiste a ellas lo más distinguido del pueblo, y aquí por el contrario, cada cuatro amigas tenemos nuestra tertulia.

El año pasado brilló la esperanza de que mejoraría nuestra suerte. Agradables veladas que hicieron deslizarse con más rapidez el invierno, debidos al Sr. Barech. Este año ni aún eso. Nos dicen, para consolarnos, que un violonchelo y una trompa han ido por el mundo a probar fortuna. Únicamente para nosotras ésta es muy negra.

De otras cosas le iré hablando si como espero me contestas, y hasta entonces queda esperando carta tuya tu siempre tu amiga:

A de L.