Altza XIX. mendeko kroniketan

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Donostia hornitzen duen akueduktuaren hondorapena Mirakruzetik hurbil eta hausnarketa uraren inguruan

La Unión Vascongada – 1891-04-12

Sucesos de la semana

El suceso culminante de la semana ha sido el hundimiento del acueducto que existe, sobre la vía férrea, cerca de Miracruz, y por el cual vienen las aguas que proceden de Choritoquieta y abastecen a nuestra ciudad.

Fortuna ha sido que el hundimiento se verificase cuando no había ningún operario trabajando en la instalación de la doble vía que la Compañía del ferrocarril del Norte está llevando a cabo; porque de otro modo, hubiera habido que lamentar seguramente, desgracias personales.

A presenciar el aspecto que ofrecían los escombros amontonados sobre la vía, y los trabajos que, para dejarla expedita, se efectuaban, ha acudido toda esta semana gran concurso de gente, sirviéndose de diversos medios de locomoción.

El tránsito por ferrocarril se ha visto interceptado entre esta ciudad y Pasajes; el trasbordo se ha verificado con la mayor regularidad y prontitud, valiéndose al efecto, de los ómnibus y de los coches de la compañía del tranvía de San Sebastián.

Otro peligro ofrecía el hundimiento ocurrido, aparte de los perjuicios que pudiese originar al comercio la interrupción de la circulación de trenes; y era que el vecindario de San Sebastián se viese privado de agua.

Afortunadamente, no ha sucedido así, gracias a que todas las aguas que abastecen a nuestra ciudad no proceden de Choritoquieta, y a las acertadas medidas acordadas por la autoridad municipal.

Se comprende la importancia que todos los pueblos han dado al agua. En los tiempos primitivos el agua era considerada como una deidad, universalmente venerada, y reconocida como madre y componente de cuanto existe. Los antiguos verifican con ella sus abluciones religiosas, rocían con ella sus altares, y con ella consagran sus viviendas y sus casas para librarlas del mal. Los cristianos, sin rechazar estas costumbres gentilicias, purifican con agua gregoriana sus templos profanados; enaltecen al hombre en su nacimiento, elevándole a la categoría de hijo adoptivo de Dios, con el agua de bautismo; signan su frente con el agua bendita al penetrar en la iglesia y al entregarse a las delicias del sueño; con el agua lustral bendicen sus personas, sus heredades y sus frutos para apartar toda maléfica influencia, y con el hisopo, impregnado de agua, rocían en la sepultura el cadáver del que ha dejado de existir.

Y es natural esta especie de culto. El hombre reconoce que las aguas pericárdicas moderan y dulcifican los impulsos de nuestro corazón; que las aguas del trabajo ennoblecen nuestra frente, dignificando nuestra existencia; y que las aguas de nuestros ojos, al ablandar las sequedades de nuestros ojos, al ablandar las sequedades de nuestro espíritu, son el emblema de las ternuras y sentimientos del alma.