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Las casa solariegas de San Sebastián

La Voz de Guipúzcoa – 1893-05-02

Casas solariegas de San Sebastián

A la manera de los derruidos monumentos cuyas ruinas aún sobreviven a los tiempos en Roma, Grecia, Egipto, etc., etc., y que son fieles páginas históricas que acusan elocuentes narraciones, yacen también en el solar vascongado, no monumentos de arquitectura grandiosa y colosal, sino modestos palacios que el movimiento y la agitación modernas van destruyendo a pasos agigantados con sus líneas ferroviarias que todo lo borran por cuantos sitios pasan, echando por tierra cuanto a su paso se opone, por arqueológico o memorable que sea.

Pero aún figuran todavía en pie, a guisa de viejos enfermos que se tambalean bajo el mortal influjo del tiempo, algunas casas solariegas, en donde vieron la luz de la vida generaciones de ilustres estirpes, y las cuales son habitadas por humildes labriegos; ora al pie de ingente montaña, ora rodeada de añosos robles o de corpulentos chopos, algunas construidas de recia sillería, vense de esta manera las casas de nuestras distinguidas y antiguas familias euskaras; pero no así como en los países citados, en cuyas edificaciones nótase la despótica soberbia de una potente tiranía, que bajo su yugo oprimía a sus esclavos, no; en las moradas de aquellas antiguas gentes de Vasconia descúbrese la fidelidad a la verdadera democracia. Sencillas construcciones, conforme al carácter de sus habitadores, y en cuyas fachadas no se ostenta más que el pavés ganado en defensa y servicio de los “señores reyes”.

Muchas veces contemplo estos vivos recuerdos y paréceme ver cómo el “echeko-jauna” abre la puerta de una entrada ojival cuyos pernios rechinan si roce del fierro, hombre noble, de elevado cuerpo, y cuyo cinto adorna largo acero de cincelada cazoleta.

Cuando se construían estas casas, sus señores hacían clavetear los paneles que contenían las puertas de sus entradas con clavos que figuraban veneras o cruces conforme a la distinción o titulo que poseían los “echeko-jauna”.

En los alrededores de San Sebastián yacen todavía como inolvidados y desechados a los lados de nuestras cómodas y espaciosas carreteras, los mismos muros en donde se guarecían aquellas patriarcales familias, bajo cuyos techos conservábase sin mancilla alguna la honradez euskalduna, tantas veces ensalzada por los sabios de todas las regiones del mundo, ley fundamental, superior a toda dictada legislación y fiel baluarte de la paz y tranquilidad social.

Al pie del monte Ulía hállase la casa de “Manteo Tolare”, cuna de los Oquendos: el blasón que aún se distingue en su fachada principal encuéntrase totalmente gastado e indescifrable, sin duda, a causa del ambiente salitroso que en aquel paraje impera.

Tras del cerro “Konkorrea” hallamos la casa “Polloe”, que tiene un soportal sostenido por cuatro columnas dóricas, y lindando con su solar está el camposanto de esta ciudad, que de aquella casa toma el nombre de Polloe.

Frente al alto de “Miracruz”, llamado así porque desde aquella eminencia se divisa la basílica del Cristo de Lezo, consérvase la casa “Parada”, que ostenta elegante blasón, dividido en pal; en su primer cuartel se ve un árbol en cuyo tronco hay dos lobos, y en el segundo hay tres veneras, coronando el escudo un yelmo emplumado y de frente.

En la misma jurisdicción y en la de Alza, y en pintorescos sitios encuéntrense las casas “Algarbe”, “Arnobide”, “Sarategui”, “Lizardi”, “Inchaurrondo” y “Urdinzu” y en jurisdicción de Zubieta “Aliri”.

Todas estas según trazas y noticias, se remontan a fines del siglo XVI.

Dentro de la ciudad de San Sebastián existían hasta el año 1813, memorable y triste fecha del incendio de toda la población, las siguientes casas entre solariegas y armeras.

“Montaut”, “Oyaneder”, “Idiáquez”, “Mutiloa”, “Berástegui”, “Eroitia”, “Ua”, “Arriola”, “Burgoa”, “Izturizaga”, “Chartico”, “Arizmendi”, “Camino”, “Berrazoeta”, “Quexo”, “Achega”, “Sagastumea”, “Fagolas”, “Arzaduna”, “Lizarza”, “Lerchundi”, “Léniz”, “Martínez”, “Iturgoyen”, “Arbelaiz”, “Engómez”, en esta casa se aposentó el rey Enrique IV en marzo de 1457, “Aristeguieta”, “Isturiza”, “Urnieta”, “Borda”, “Gallarraga”, “Plazaola”, “Aramburu”, “Yarza”, “Casares”, “Estor”, “Idiáquez-berri”; en esta casa se hospedó el rey Felipe III, y tenía elegantes patios, jardines y suntuoso oratorio; y por último el “Jáuregui” o palacio del Duque de Ciudad-Real en la “Kale Nagusia” (calle Mayor), en el que paró durante varios días, cual otros soberanos, el rey Felipe IV, con motivo de los desposorios de su hija María Teresa con Luis XIV de Francia.

Las casas más notables debieron ser la citada anteriormente, la de los “Amézquetas” y la de los “Echeberris”: ésta se levantaba delante del convento de San Telmo, actual parque de Artillería.

Hoy todo ha variado; de todo lo de antes sólo queda, puede decirse, el lugar y algún tenue recuerdo de los hechos pasados; y como contrastando fuertemente ante lo pretérito impónense los modernos y exóticos chalets, quintas o torres, moradas tan bonitas como artificiosas, sin carácter ninguno, y pertenecientes las más familias a nuevas, extrañas al país de los fueros, buenos usos e costumes; las cuales desprecian con triste ignorancia y en cuyos labios no puede contemplarse, desgraciadamente, el monumento más grande de Euskaria, cuya antigüedad se pierde en los obscuros arcanos de los tiempos, ¡el idioma euskalduna!

FRANCISCO LÓPEZ ALEN