Altza en la prensa del sigloXIX

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Llegada a San Sebastián de personalidades conocidas para pasar el verano

La Voz de Guipúzcoa – 1893-07-15

Nuestros veraneantes
(Instantáneas)
I.
Don José Muro

Ayer llegó. Entre la línea del Norte y la carretera de Pasajes, cerca del alto de Miracruz, en Ategorrieta, posee un hotel precioso rodeado de un jardín que es un paraíso.

Allí el político batallador, el jefe de una minoría republicana revolucionaria, vive entregado a los goces de su familia.

Para muchos el ex ministro de la República, el diputado que representa en cortes al partido intransigente de los procedimientos de violencia, debe ser un Robespierre furibundo, un Marat sanguinario…. el que es la bondad personificada, el hombre sociable por excelencia.

Decididamente el hábito no hace al monje. La figura de Muro no se presta para el gorro frigio. Ponedle, en cambio, la malla, el casco y la espada del siglo XII y tendréis el tipo acabado del señor feudal de cien villas y castillos, del noble caballero castellano fiel a su rey, como un Rodrigo Díaz de Vivar.

El que sin conocer a Muro le vea, pensará que es un aristócrata lleno de humos y de pergaminos.

Y es, sin embargo, el demócrata convencido que predica con el ejemplo, juzgándose igual al más humilde, tratando al más poderoso como al más modesto con una bondad seductora; es el republicano consecuente que hubiera sido muchas veces ministro de la monarquía, porque le sobran talentos para ello, si hubiera antepuesto la ambición a la fe arraigadísima de sus convicciones.

La hidalguía y nobleza castellanas ofrecen un testimonio elocuente en don José Muro. En política carácter de hierro, en la intimidad carácter de cera. El orador mordaz, inflexible, duro, destructor como el ariete, es en su casa el amigo cariñoso, dulce y bueno…. como el pan de su tierra.

Viene a San Sebastián a hacer vida de campo. No le habléis de política. Viene curtido por las tempestades del Parlamento a blanquearse con las frescas brisas del mar y los aires embalsamados de nuestras montañas.

Ama a este país porque está saturado de rancia democracia foral. Aquí descansa. Una esposa amantísima y una hija encantadora completan el paraíso de ese Danton furibundo que se considera el más feliz de los mortales sentado a la sombra de un castaño fumando un habano, hablando con los amigos y escuchando entre la enramada las risas de los ángeles de su hogar.

Lletsac