Altza XIX. mendeko kroniketan

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La Unión Vascongada – 1894-05-07

En el asilo de Uba

Ayer tarde fueron el alcalde señor Calisalvo y los vocales de la Junta de Beneficencia, a girar una vista de inspección al asilo de Uba.

Alójanse allí los pequeños huérfanos que la caridad adopta como hijos, y en el benéfico establecimiento reciben instrucción y enseñanza; y allá, frente aquel dilatado y pintoresco valle de Loyola que el río sesga en su curso, los niños pobres a quienes la suerte negó familia o bienes, respiran la sana y bienhechora brisa del monte, y desarrollan sus anémicos cuerpecillos viciados por la atmósfera malsana del barrio y de la vivienda miserable en que nacieron y por las penalidades o las privaciones de la famélica existencia.

Las hermanas de la Caridad, las santas mujeres, todo abnegación y virtud que consagran sus caridades a esos delicados seres tan necesitados de solicitud en los tiernos años de su infancia, son las únicas personas capaces de suplir los cariños de la madre, las únicas que con el sublime amor de caridad pueden remediar esos acentos que en lo humano no tienen otra expresión que las caricias maternales.

Los pobrecitos asilados de Uba, forman una familia cobijada bajo el mando de la caridad cristiana, a cuyo tibio calor como los pajarillos en plumón que se estrechan en el nido, sienten crecer entre ellos sentimientos de afecto, que los ligan y enlazan como en fraternal unión.

No están sus corazoncitos vacíos de sentimientos no; si no tienen junto a sí una madre que les estruje en los brazos y les enseñe con sus besos lo que el cariño vale, tienen una hada benéfica que les enseña a pronunciar al santo nombre de Dios; a respetarle y adorarle, que les recita oraciones y les cuida, les instruye, les regala y va sembrando en aquellos vírgenes espíritus la semilla de la virtud y los gérmenes del cariño y labrando aquellas inteligencias nacientes con verdadero amor.

Los niños saltan, corren y pían alborotados en los patios y cercanías del establecimiento, oréanse en aquella atmósfera sana que profana el aliento montaraz de las vecinas sierras; y en aquel poético y lindo valle de Loyola, en cuyas lejanías parece que flota algo que invita al ensueño, quizá tenga alguno de aquellos pequeñuelos las primeras revelaciones de esa vida que el pensamiento traspasa con sus vuelos.

Es aquella colonia que el dolor y la pobreza arrojan a la miseria, una familia que protege un ángel tutelar, cuyo corazón es tan grande y tan generoso que a todos abarca en su infinito cariño: la caridad.

Los individuos de la junta de Beneficencia que se interesan con gran celo por la prosperidad de aquel Asilo, visitaron todas sus dependencias, y se enteraron del buen orden que tienen en sus múltiples servicios, para poner todos los medios de que sea siempre cumplido el caritativo y cristiano fin de aquella institución.